domingo, 1 de junio de 2008

Facio strepitum, ergo sum

Ejem, ejem... un poco de atención...

Quiero agradecer a la señora responsable de la Concejalía de Juventud de Alcalá de Henares el acompañamiento musical con el que me han estado amenizando el estudio (o intento de éste) el sábado y el domingo con joyas remasterizadas como Susanita tiene un ratón, Jugando al escondite y Estaba la pájara pinta, de las que me acordaré (de ellas, de los responsables del altavoz y de la mencionada organizadora, que estará en su casa tranquilamente) el próximo miércoles, cuando me encuentre frente al examen de Teoría de la Literatura.

Como es evidente que es demasiado tarde para emigrar a la biblioteca y estudiar en mi casa no puedo (o más bien no me dejan porque el sonido infernal que proviene del parque tiene la facultad de atravesar paredes, cristales dobles y hasta tapones) y tampoco puedo poner la mía porque se crearía una especie de maremágnum imposible de soportar (aún más, imaginen Pimpón es un muñeco con una sonata de Chopin, terrible), no he podido evitar ponerme a reflexionar una vez más sobre la necesidad que tiene el ser humano moderno de huir del silencio.

Piensen. O mejor, salgan a la calle y comprueben que estoy en lo cierto. Vayan a cualquier centro comercial que les pille cerca (no va a serles muy difícil), y se darán cuenta de que la música ambiental no les abandona ni en los aseos. Incluso llega a alcanzar cotas de volumen que rozan la molestia. Parece que es una estrategia de marketing parecida a lo de la música clásica empleada para incrementar la producctividad en el ganado.

No pienso sólo en los comercios. Lo de los bares es aún peor. Prueben a hablar con alguien a un volumen normal. Desgañítense, lamenten a progresiva pérdida de comunicación y refresquen el gaznate, que falta les hará.O algo más sencillo : que levante la mano quien salga de casa sin mp3.

Parece que no nos soportamos a nosotros mismos. Preferimos invadirnos la cabeza con música o imponerla a los demás por medio de esos infernales aparatos que son los teléfonos móviles de última generación o hablar a gritos a través del mismo.

¿Quién se para, hoy, a escucharse, a escuchar el silencio? ¿Quién se atreve a bajarse de esta espiral de ruido y felicidad impostada, de triste individualismo y de nunca admitida soledad?Podría seguir esto con una teoría sobre la filosofía actual del "hago ruido, luego existo" (Facio strepitum, ergo sum) y sobre una posible conspiración urdida para dejarnos sin voluntad y capacidad de razonamiento en esta vorágine de consumo y locura, pero por una vez, voy a ser constructiva. De paso, me pruebo a mí misma que soy capaz de aislar mi mente de todo estímulo externo.

Sólo un consejo: huyan. Busquen un lugar tranquilo, solitario y en la medida de lo posible, alejado de esa mancha creciente que llamamos civilización. Pueden tenderse en la hierba, apoyar la espalda en un árbol, subirse a alguno, qué sé yo. Respiren hondo. Escuchen el silencio durante un buen rato, dejando que se formen, despacio, pensamientos e ideas que antes no habían podido hacerse oír.



Retengan esa sensación antes de sumergirse de nuevo en la vorágine.

1 comentario:

Oigres Led Séver dijo...

Comienzos del XXI la moda del individualismo, todos especiales, todos con su blog, todos con su arte, aunque hagan versiones, las hacen a su "estilo" aunque pinten, pintan a su "estilo".

¿Alguien probó a crear un colectivo?

La decadencia de la ilusión está asegurada.

Gracias por este blog, muy buena música. Lo seguiré de reojo...