domingo, 14 de noviembre de 2010

Púrpura

Lo primero que habría que contar sería que la mejor de todas las piscinas del establecimiento estaba hecha a prueba de idiotas. Entre saunas, duchas y cubos de agua que vertían su helado contenido con crueldad y un sempiterno sentimiento de precariedad, podía encontrarse una puerta que pasaba inadvertida a la mayoría del público, que, en un continuo balanceo, inseguro sobre un suelo húmedo , vagaba sin demasiada confianza entre los vahos y regueros de las distintas salas.

Allí, entre un par de las duchas masoquistas y baños de vapor, la gente pasaba de largo ante una puerta sin señal alguna, aparentemente cerrada ante cualquier visita inoportuna. En realidad, bastaba con un suave empujón para llegar a una estancia bañada por el sol que entraba a través de los amplios ventanales, que dejaban al descubierto buena parte de la zona sur del puerto, pudiendo admirarse este desde las tumbonas estratégicamente dispuestas para la completa relajación de los usuarios. A la izquierda de estas se encontraba la piscina, cuya temperatura se regulaba automáticamente para estar caliente sin llegar a ser agobiante, o estar templada sin sentir molestia alguna por sacar fuera de ella alguna parte del cuerpo, o adecuadamente fría como para despertar cualquier articulación inutilizada desde hace tiempo. Además, cuando los afortunados que encontraban su camino a través de la puerta se atrevían a meter la cabeza en el agua, una música que parecía no proceder de ningún lugar en particular inundaba sus oídos, meciéndoles, invitándoles a la más feliz de las desidias.

La encargada de mantenimiento, que luego sería la primera destinada a encontrar la dantesca escena , no pudo explicarse durante días cómo puedo haberse desarrollado el suceso que la mantendría en vela durante algunas noches, como una escena recurrente en su subconsciente que conseguía tensar cada músculo de un cuerpo que solo ansiaba descanso. El color impropio del agua, el ambiente enrarecido y esa expresión sumergida de completa armonía consiguieron que a partir de entonces mirase a cualquier mujer del lugar que entrase a una piscina con recelo, como si la fatalidad pudiera aparecer en escena de forma imprevista y definitiva.
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Entró casi arrastrado a la fuerza, sintiendo una profunda vergüenza de sí mismo. No es que no le gustara todo ese rollo sistemático de la relajación y el cuidado de la belleza a cualquier edad, pero desde el primer momento le había parecido algo afeminado, una actividad que cualquiera con mucho tiempo libre, ego y dinero practicaría habitualmente de querer ser la envidia de sus refinados amigos al sábado siguiente, pronunciando largamente la única sílaba que conformaba el nombre del establecimiento. No, de ninguna manera se imaginaba como alguien que, incluso en potencia, pudiera formar parte de un grupo así. Con toda certeza, lo que cambió su parecer fue el hecho de que su novia lo sugiriese, como una actividad más en pareja. Por un lado, supuso que no le costaría tanto defender su masculinidad al ir acompañado de bombón semejante, justificando además su presencia por un capricho al que en cierta manera estaba obligado a ceder. Por otra parte, prefería tener a su chica contenta. Era un caso raro en su grupo de amigos, dónde la mayoría ocultaban con frases sórdidas el hecho de que de haber podido, hubieran comprado una correa extralarga con retroceso para ponérsela a sus respectivas novias. Aunque tampoco las llamaban novias, la verdad. En una tarde de cervezas y fútbol, durante el descanso podían oírse todo tipo de cariñosos apelativos, donde "mi zorra" apenas se consideraba fuera de lugar.

De todas formas, una vez que estuvo frente al edificio, no puedo evitar sentir en su interior una poderosa fuerza que lo reclamaba a varios kilómetros de distancia, quizás vagueando por su barrio o tragando mierda tras mierda en su sofá, dejando que la tarde, y de paso su vida, se fueran deslizando como granos de arena por el fino cuello de un reloj. Después de la correspondiente comedia de enfado y amenaza por parte de su pareja, acabó cediendo, con la acuciante sensación de que su dignidad y amor propio le decían adiós con la mano desde la puerta.

Tuvo que deshacerse de todo aquello que le caracterizaba en el vestuario, donde se cambió en una especie de aturdimiento bobalicón del que no pudo librarse en un rato. Debía haber calculado que estaría todo el rato con un bañador, unas chanclas y una toalla, pero con la ansiedad previa a la entrada lo había olvidado completamente. Apenas podía creer que hubiera tenido que desprenderse de gorra, cadenas y collares, de su cazadora, de todo aquello de lo que dependía en el día a día. Consiguió calmarse en gran medida cuando vio a su novia salir del vestuario adyacente con la mejor de sus sonrisas y ese bikini que había demostrado ser tan versátil durante el verano anterior. Sonrió por primera vez desde que se levantara aquella mañana, considerando a la mujer que tenía enfrente como su propia reafirmación personal ante el mundo. No tardó demasiado en convertirlo en una mueca forzada cuando ella empezó a arrastrarle a lo que él consideró que debía tratarse de la galería de los horrores para su masculinidad, todo vapores, aromas, hielo, piedras y tubos de ducha en los lugares más insospechados, pura estrategia de susto y descanso.

Durante un par de horas se unieron a la corriente de gente que pululaba alegremente entre las distintas habitaciones del lugar, saltando de un lugar a otro en una carrera absurda por encontrar, paradójicamente, la paz y la relajación. Rondaron por las saunas, probaron infinidad de piscinas con distintas cualidades, e incluso repitieron en algún sitio concreto que a ella le había encantado. En todo momento, el intentaba no separarse de ella más del medio minuto mentalmente estipulado, buscándola en todo momento para intentar crear un contexto donde se sintiera menos incomodado por la multitud que parecía no parar de mirarle cuando se cruzaban con ellos. Rostros viejos y desgastados, en su mayoría. No pudo evitar reírse interiormente, en su nerviosismo, de todas aquellas reliquias, que buscaban inútilmente una manera de preservar sus bolsas en los ojos, arrugas y patas de gallo, en definitiva, de conservar su decadencia en un frasco de formol con forma de empresa de belleza, que inundaba sus cerebros con premisas en oferta que desde el principio conducían a un único destino: una estampa aceptable y correcta en un ataúd abierto.

La tarde ya declinaba cuando pasaron delante de la puerta sin marca. En realidad, ya habían pasado delante de ella un par de veces, pero en ese momento, ya desgastados y buscando algún lugar tranquilo para terminar el día, pudieron fijarse en ella. Cuando él la contempló de refilón mientras arrastraba sus chanclas por el suelo mojado, un chispazo de energía iluminó su cerebro, alentando su rebeldía, desafiando la sensación de que, en términos humanos, se había convertido en el equivalente del caniche con suéter y trencitas en brazos de su dueña.

Sin perder el tiempo con introducciones, procedió a abrir la puerta con descaro, sintiéndose inmediatamente atraído por la quietud que inspiraba el lugar. Llamó a su chica ya desde dentro, relamiéndose de antemano con la atmósfera íntima que el lugar exhalaba. Tras cerrar la puerta tras ella, se metieron en la piscina con suavidad, como si cualquier salpicadura demasiado ruidosa pudiera quebrar el ambiente como unas uñas afiladas en una pizarra nueva.

Tras unos minutos chapoteando, miró hacia el puerto mientras se apartaba el agua de los ojos, y tuvo una revelación que podría suponerle al mismo tiempo placer y justicia. No se explicó cómo, en ese contexto, no se le había ocurrido antes. Se dio la vuelta, procurando no hacer ruido, espiando como un animal de presa antes de la caza inminente.

Ella se encontraba al otro lado de la piscina, apoyada en su borde con los brazos, con la cabeza reclinada, buscando el ansiado nirvana por el que había estado luchando a lo largo del día, sin llegar a encontrarlo en ningún momento. Se acercó sigilosamente para sorprenderla, comenzando a besarla sin previo aviso, buscando agarrarla con desesperación, ansioso por poseerla sin preliminares, de forma salvaje y precipitada. En cualquier otra ocasión, habría prescindido de la fuerza bruta, haciéndolo como acostumbraba: con los preliminares que ella establecía, total concentración y suavidad, olvidándose por completo de sus músculos y la intensidad que podía llegar a desarrollar de haberlo querido. Pero hoy no era el día para suplicar por el placer ajeno. Un sentimiento de venganza clamaba en su interior por dejar una marca de su propia manera de hacer las cosas, una respuesta inconsciente al adecuado equilibrio que no había hallado respuesta en ningún otro momento.

No se resistió, quizás sorprendida ante lo que solo podía parecerle una pasión desenfrenada que buscaba sin control encontrar el placer inmediato, sin tregua alguna. Dejó que tomase el control como pocas veces le había permitido antes, permitiendo que la sujetara como quiso, entre la estupefacción y el placer de ser tan violentamente deseada. Pasado cierto tiempo perdió el agarre que la mantenía a flote en la piscina, vencida por una firmeza que no admitía respuesta. Le buscó con la mirada mientras entrelazaba las manos alrededor de su cuello, buscando un nuevo punto de sujeción. Lo que encontró fue una mirada ausente, que parecía hallarse en el fondo de un profundo abismo, que la atravesaba, como si estuviera llevando a cabo un acto mecánico que requiriese una gran concentración. Intento besarle, pero por algún motivo este se resistió, soltándose de su abrazo mientras su placer iba en aumento. A partir de ese instante, solo recordaría su cuerpo actuando en su nombre. La última imagen que podría ver con claridad en los días siguientes sería la de ella, cayendo hacia atrás sin que sus piernas dejaran de aprisionarlo por la cintura, sumergiéndose mientras lo contemplaba con ojos vidriosos e interrogantes. Un surco de incomprensión se mezclaba con las contracciones habituales de placer en ambos rostros, una pequeña parte de su conciencia se abría paso entre ráfagas nerviosas que solo querían que una oleada de placer fuera seguida por otra más intensa.

Cuando tuvo la cabeza completamente sumergida, no reaccionó enseguida. El estaba empujando cada vez con más fuerza, y el clímax de ambos estaba al acecho. Notó la presión del agua en su cabeza, los violines provenientes de ninguna parte que parecían una señal de peligro cada vez más acuciante, pero cerró los ojos para concentrarse, mientras su corazón se esforzaba en bombear suficiente sangre para sobrevivir sin respirar mientras las ráfagas de delirio físico anunciaban el paraíso inmediato por solo un poco más de paciencia. Él apoyó una mano en su abdomen mientras buscaba, ya sin cordura alguna, el final más intenso que nunca hubiera tenido. Notó que ella pataleaba con fuerza, propinándole fuertes golpes en la espalda, lo que solo sirvió para enardecerle aún más en sus embestidas. Giró el cuello hacía el techo justo antes de llegar al orgasmo, estirándose por completo durante unos segundos mientras gemía totalmente libre, su mente en un negro total que pereció tras un pestañeo, con delicados ecos que cerraron, sin chirridos y con plácidos estertores, las puertas del cielo.

En el momento en el que su ritmo cardiaco comenzó a normalizarse, bajó su cabeza, parpadeando mientras iba formando la más perfecta de las sonrisas de autosatisfacción.

Ella llevaba ya muerta más de un minuto, con la misma sonrisa grabada en unos labios que ya tornaban purpúreos.

D.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me quito el sombrero...

Tress dijo...

Y yo los calcetinillos...

Pa qué tanta angustia existencial? Con lo lindo que es follar sin matar a nadie :)

Anónimo dijo...

D.?

Sturm dijo...

Si, D. ¡Sin más! Cuestión de firmas.