viernes, 30 de mayo de 2008

Halllelujah


“Oí que existía un acorde secreto,
que David tocaba, y complacía al Señor”

Miró durante exactamente cinco minutos – perfectamente cronometrados – antes de entrar sigilosamente por la ventana, esquivando las botellas- no sin antes olisquearlas con curiosidad, por las flores muertas que había dentro de ellas, imaginé- apostadas junto a ella, los vinilos en precario equilibrio, los miles de papeles acumulados de forma fabulosamente caótica y alguna que otra trampa mortal que rondaba por allí, esperando a su destinatario, que- me alegra poder decirlo – era humano, y nada más.

“¿Pero realmente…No te importa la música, verdad?
Funciona de esta manera: la cuarta, la quinta…
La menor cae, la mayor asciende…
Y el desconcertado rey componiendo Hallelujah…”

De un salto prodigioso – que ninguna otra subespecie cultiva en la actualidad- llegó al suelo perfectamente indemne, sin un mísero rasguño – que hubiera arruinado su perfectibilidad, poniéndolo en alerta, volviéndolo cauto y agresivo, excitándolo, al fin y al cabo – y volvió a contemplar la escena que, hasta en su minúsculo detalle, podríamos definir – cualquiera podría – como vulgar y asidua en cualquier habitáculo de clase media que se precie de serlo. Hablo – claro está – de una - a primera vista- mortal desidia.

“Hallelujah, Hallelujah, Hallelujah, Hallelujah…”

Bostezó. El ambiente parecía contagioso: ropa, discos de música, trece velas apagadas pero humeantes, revistas, tebeos, libros, cuartillas… Todo ello había conquistado suelo y mobiliario, sin temor, valientemente, en una conquista rápida y sin (casi) dolor. Las estanterías brillaban por su desorden, los manuscritos allí (espantosamente) ordenados habían llegado a tal punto de saturación que parecía, como en un sueño implosivo, que si se tocaban, uno corría el riesgo de que todos ellos tomaran rápida y ruidosa venganza. Decidió no acercarse demasiado.

“Tu fe era fuerte pero necesitabas pruebas,
la viste bañándose en el tejado,
su belleza y la luz de la luna brillando te sobrecogieron…”

Se fijó en que se trataba de una habitación espaciosa, a pesar del humo que todavía desprendían las velas y del espacio que ocupaban las estanterías y un tremendo armario neoclásico que se situaba a un lado de la estancia, pegado a la cama y cerca del escritorio. Cuando el humo empezó a disiparse – comenzaba a marearse – se acercó a cuatro patas a la cama.

“Te ató a una silla de la cocina,
destrozó tu trono, cortó tus cabellos,
y dibujó un Hallelujah en tus labios”

Lo vió de forma nítida cuando solo unas decenas de centímetros lo separaban del dosel más cercano. No dormía, pues su respiración era fuerte y trabajosa…Fatigada. Tosía, a la vez que escupía sangre violentamente.
“Hallelujah…
Dices que lo nombro en vano,
cuando ni siquiera sé su nombre…
pero, si lo supiera, ¿qué te importaría?”

Lo observó durante largo tiempo. No podía ayudarle en su agonía, asi que solo quedaba esperar a que se recuperase lenta pero continuamente. Poco a poco, la tos fue remitiendo, la sangre dejó de brotar de su garganta y su respiración fue poco a poco normalizándose. Se acercó más, e intentó olerle, pero la fragancia de las velas seguía en el aire, estorbando sus sentidos.

“Hay un resplandor de luz en cada palabra,
no importa cuales sean escuchadas,
si el sagrado - o el resquebrajado – Hallelujah…”

Abrió los ojos, alarmado, asustándolo y consiguiendo que se lograra esconder parcialmente. Él se incorporó y miró hacia todos lados, situándose, y un momento después se volvió a dejar caer sobre la almohada.

“Lo hice lo mejor que pude, no fue demasiado,
no podía sentir, así que intenté tocar,
dije la verdad, no he venido a reirme de ti”

Finalmente, el localizó el elemento discordante en la composición, y fijó toda su mareada atención en él. La llamó, suavemente, para no asustarle, y espero a que reaccionase mediante algún movimiento, hasta que ella, pacífica pero tensa, se aproximó.

“Y aunque haya salido todo mal,
me quedaré cerca del señor de las canciones,
con nada en mi lengua salvo Hallelujah…”

- Hola. Soy libre. ¿y tú?
- Más de lo que crees.

Y, dicho esto, la gata subió de un salto a la cama, se enrolló sobre si misma y pudo descansar.

“Hallelujah, Hallelujah, Hallelujah, Hallelujah…”

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