lunes, 24 de noviembre de 2008

Habitación 614

(Aparecido originalmente en un fotolog que ya no existe, convenientemente retocado, como todas las cosas cuando pasa el tiempo)

-Eres un estúpido. –le dijo cuando acabó de pintarse los labios con el carmín de color sangre.

-Parece triste, señorita- le había dicho él, sentándose en el taburete de al lado, sin dejarse amilanar ante la indiferencia que traslucían las lentes.

A quién se le ocurre, rematado idiota, pensó mientras se ponía los zapatos, observando la calle vacía a través de las rendijas de la persiana veneciana, acercarse a una mujer con gafas oscuras en un antro como ése, por guapa que sea. Terminó de calzarse en cuanto vio aparecer el coche negro, semejante a un enorme insecto.

-¿Por qué lo dice?-dijo ella, envolviendo las palabras en volutas de humo, sin apenas mirarle.

-Las mujeres sólo llevan gafas oscuras en sitios cerrados por tres motivos- dijo él, sonriendo levemente, esperando quizá un gesto cómplice que no llegó.- porque son ciegas; porque ocultan algo… o porque no quieren que se vea que han llorado.

¿Dónde había oído aquello? A lo mejor lo había leído en alguna parte. A lo mejor se lo habían dicho en otra ocasión de las muchas que había esperado con una copa en la mano, hasta que había aparecido el objetivo y ella se había acercado, contoneándose con el ritmo del blues, a pedirle fuego y a hablar en susurros.


Pero no contigo, idiota, no anoche… no anoche, que me quedé quieta, sin saber qué hacer, cuándo no he sabido yo qué hacer, fácil, sencillo y rápido y el coche que me recoge y el dinero en el bolso y otro muerto en mi conciencia de alquiler. Pero anoche, sencillamente, no me apetecía. Y si no te hubieras acercado, decían sus ojos al cuerpo desmadejado que yacía sobre la cama manchada de carmín y de sangre, si no te me hubieras acercado a preguntarme aquella tontería, probablemente yo hubiera renunciado a todo, esa noche. Y tú no estarías muerto.

Guardó el revólver con silenciador en el pequeño bolso de mano, y se colocó las gafas de sol. No podemos escapar de lo que somos, decía aquella mirada ensombrecida, expresión indescifrable, como la que le afloraba al rostro cada vez que apretaba el gatillo.

Lástima. Eras un iluso, pero me caías bien; y tenías razón: anoche, estaba triste.
Cerró la puerta, pasos silenciosos por el pasillo alfombrado, de camino al ascensor.


Pero también tenía algo que ocultar.

1 comentario:

Sturm dijo...

Su salvación merecía la pena...