miércoles, 29 de julio de 2009

Los cuatro señores del museo

Esta noche, tan relajado como solo podría encontrarse un maniaco bien sedado, las reflexiones han acudido a mí como suelen hacer en cualquier mente humana normal: metaforizadas, clasificadas, caracterizadas hasta su mas mínimo detalle. Es lo habitual – para no autolimitarse – que cualquier mente sana deseché esa basura racionalizadora por miedo a encontrarse cualquier día envasado al vacío.

Pero en este caso, las facetas son a veces tan comunes, tan recurrentes y tan divertidas que no puedes evitar que esa suave espiral de humo gris que suele ser tu pensamiento se retuerza de puro placer. Además, la he dejado un poco más a su aire, y ha formado, recurriendo a mi memoria más inmediata, una serie de imágenes asociadas a algunas de las máscaras que adornan mi museo. Heme aquí en la ardua tarea de describirlas de una forma libre, para no seguir el dictado del hemisferio matemático de mi cerebro – jamás nació bastardo más inútil -, y así ser, hasta que las palabras o yo mismo muramos al cabo de un tiempo; libre.



El Sr. Lehiboper no es más que un canalla malnacido, uno de tantos que nacen cuando la luna es creciente y no paran de llorar hasta verla completa. Puede encontrarse en cualquier antro que abra a partir de la caída del sol, en postura expansiva, con los ojos entrecerrados (si bien siempre un palmo por encima del gentío), escudriñando el ambiente, casi palpándolo con la mirada. Su porte es siempre elegante con cierto toque de dejadez bohemia que por lo general le sienta bien, ya que con esta combinación consigue siempre su objetivo, sea este atravesar el umbral de una puerta o el de una señorita confundida. Este caballero no respira aire: inhala de la noche todo cuanto necesita, pudiendo ser esto el aroma que despide el cuello de una mujer, el de un alcohol dulce, el humo de cualquier objeto que lo despida, los bancos de blancas nieves que pueda ir encontrando en su camino y el verde de la hierba, si la encuentra alguna vez. Pálido de necesidad, suele hincharse como una vela, con los ojos enrojecidos, mientras tuerce su boca en mueca acodado en cualquier barra en la que pueda hundirse con facilidad. Masculla divertido sus logros y mentiras – que para el caso son lo mismo – mientras reparte con lo que él considera fina ironía comentarios viciosos, insultos velados y proposiciones repletas de titilantes estrellas. Todo él es, en conclusión, una pura exageración de las cualidades y valores que posee la noche. Ha de temerse como el ataque de un felino, ya que, como este, es astuto y sabe cuidar de sus propios intereses. Cazando y apasionando solo.

Un joven Marlon Brando nos convenció desde el principio para el personaje



El Sr. Surrosu está hecho de otra pasta, de la que deben estar hechos los fantasmas mas discretos. Sin duda lleva escrito en su frente el galardón a la mejor comunicación no verbal, ya que de no ser así, no le quedaría ningún amigo al que observar fijamente. Esta es, con toda probabilidad, su mejor cualidad, ya que en apenas unos segundos de examen visual, puede deducir estado de ánimo, temas susceptibles de pensamiento presentes, preocupaciones y posibles avisos a pompas fúnebres. Suele pasar inadvertido en el gentío, y yendo con alguien por la calle, será no su compañero, sino su segunda sombra. Es el rey de la fórmula del mínimo esfuerzo, máxima expresividad corporal. Sus respuestas son tajantes, sus maneras, exquisitas. Viste siempre de color oscuro, la idea de soportal la luz real mas de cinco minutos al día le asusta, y siempre sueña que puede volar. El es el hombro sobre el que llora una amiga, el es quién sostiene la puerta mientras los demás salen, el es el que le da tabaco a los mendigos con media sonrisa en la cara, el es el que sabes que entiende sin necesidad de que abra la boca para articular falsas palabras de consuelo, el es el que observa una pelea preguntándose si ha cerrado con llave al salir, el es el que solo sonríe tímidamente cuando le preguntan, el es el imprescindible. El es aquella sombra que despide humo al fondo del bar.


Travis Bickle sería la encarnación ideal si salvamos su obsesión por salvar a putas adolescentes a tiros



El Sr. W. Talent es harina de otro costal. Nacido a la hora del vermú y con cierto síndrome de abstinencia, rechazo a su madre a la hora de beber leche, alegando que no podía mezclar nada con eso. De grandísima capacidad intelectual, su don se convierte sin mucha dificultad en su maldición cuando teorías, teoremas, leyes, reflexiones, conclusiones y cadenas de pensamiento interminables le torturan en todo momento, sin dejarse un segundo de asueto. Esta supremacía mental acabó por convertirlo en un cínico de lengua afilada, negado para sentir como el resto de los mortales, no pudiendo conectar con la comedia humana más que a través las artes y las letras. Jamás ha escrito una carta de amor, pero en caso de que lo hiciera, acabaría enamorándose de su prosa, enmarcaría la carta y olvidaría a la destinataria en el acto. Decidido a acabar con su condena, consume todo aquello que cumpla sus sencillos requisitos: que se pueda beber, chupar o esnifar, que tenga graduación o grado de pureza, y que no sea mortalmente tóxico. Viste de harapos, mira como un león enjaulado, y no deja de resultar poético hasta en su forma de insultar. Sus continuos viajes a lo largo de la realidad presente lo convierten en un hombre que parece que nunca pueda acabarse, y que sin embargo poco a poco se agota. La composición de su flujo sanguíneo sigue considerándose un misterio médico, aunque él, que goza de un sentido del humor exquisito y de verdad refinado, luce un tatuaje en el brazo de donde le sacan sangre que reza: 43% Vol. – Made in Colombia -. Es, en definitiva, el que da vueltas alrededor de una farola en el amanecer de los domingos, escuchando una música celestial que solo él puede oír, mientras repite una y otra vez:

— El hecho de que me llamen el Sr. Talento Desperdiciado solo me indica una cosa: que al menos lo tengo.




El Nick Cave de las juergas berlinesas era la opción mas obvia


4º

Y he aquí mi favorito: el Sr. Cinglé. Sin datos conocidos. Sin aspecto reconocible. Fruto quizás de relaciones entre los tres caballeros mencionados anteriormente, divino regalo de los cielos (si hay gente que cree en la Inmaculada Concepción, no veo por qué no habrían de tragar con esto también). Lo poco que sabemos de él pertenece íntegramente a su informe médico:
Apatía intensa y bajo ánimo. Distante emocionalmente, desorganizado. Fracaso vital total. Extraño, vigilante y perplejo. Lenguaje vago y poco concreto. Incoherente. Paranoia. Fenómenos de extrañeza. Murmura solo, oye murmullos cuando intenta dormir. Humor delirante. Retraimiento social completo.


Poco más se sabe del misterioso sujeto, salvo que le gusta andar sobre su cabeza, plantear acertijos absurdos y vacilar a rubias bobas que van buscando conejos teniendo uno a mano.


Esto es todo. Lo más sano que pueden hacer a continuación es quemar a estos gentiles señores, ya que desde el momento en que empecé a darles forma en un escrito, no son mas que unos triste moribundos. Aunque pueden preguntarse quienes eran. O mejor no, no corramos riesgos innecesarios: mátenles, mátenme y luego muéranse.

1 comentario:

C. Chase dijo...

Hey, tío, me alegro de que vuelvas a las andadas. Yo también he estado fuera, pero ya estoy de vuelta. Creo.


Me leí Menos que cero y me pareció aburrido, pero al menos llegué al sitio de donde Nacho Vegas sacó el título de su Desaparezca aquí.

¡Un saludo!