martes, 6 de abril de 2010

Sobre ti, la gente y el talento

Estoy preocupado. Un pensamiento acaba de cruzar mi cabeza entre dos miradas al correo y una a la red social de turno. Puede que a ti no te parezca una idea como para tomarse una tacita de cicuta, pero para mí, ahora que después de una línea la empiezo a considerar en frío, me pone los pelos de punta. Miento. Siempre están de punta, aquí, allá, a dos metros de mi cuero cabelludo, donde sea. Suelo contestar, cuando hacen referencia a ellos, que reflejan el atormentado caos que habita mi cabeza. Hoy debo sentirme reflexivo, porque esa respuesta me parece una de las mayores idioteces que he oído en bastante tiempo. La pura verdad es que no tienen remedio. Su comportamiento físico es el mismo que el de una planta de plástico: puedes intentar aplastarla o dominarla cuanto quieras, pero en última instancia el pelo volverá a su forma original lenta pero ineludiblemente, siguiendo lo que le dicte la naturaleza o el peluquero sociópata de turno. Hay gustos para todos. Si cuando hablas conmigo intento colocármelo, ten por seguro que es un tic nervioso. Si, tú me estás poniendo nervioso. Porque sé perfectamente que el puto pelo hará lo que le venga en gana. Espera. Creo que divago. Y no me creo lo que decía aquel amigo de Raskólnikov sobre la verdad extraída de la divagación.

La mentira, no tengo ni idea de dónde ha salido una idea tan espontánea. Normalmente las frases brillantes (léase con un mínimo espíritu ingenioso) vienen dadas después de una larga y patosa reflexión. Los días que duermo, claro. Puede que sea por el final de las vacaciones y la perspectiva de estudiar hasta que el sol me queme la garganta en junio para evitar desastres que se unirían a una larga lista de situaciones imposibles de ignorar. La verdad, no me apetece. Pero la segunda opción es aún menos apetecible, y quiero llegar un día de estos a la imagen que proyecté de mi mismo cuando tenía unos diez años menos. Probablemente eso es algo que le pase a mucha gente: estar condenados por las expectativas de gloria y fama de un crío de once años que cree que el mundo es como una novela de Alejandro Dumas, y se empeña en convertir cada momento de su vida en una penosa pretensión de lograr un instante digno de una película manufacturada de Hollywood: música orquestal en un momento de crescendo y una gran bandada de manos rodeándole, victorioso, porque él es El Ganador.

En momentos así, hubiera preferido tener las expectativas de un niño normal: ser como Raúl, Ronaldo o Beckham y marcar goles con la selección, además de cobrar millones y jugar en “el mejor equipo del mundo”: así, a estas alturas ya sabría que mis deseos son inalcanzables y y que nunca tendré lo necesario para ser como ellos(ídolos de papel con problemas léxicos, montones de dinero y un gusto por lo general hortera). Desgraciadamente, yo me marqué otros objetivos.


Diane Arbus, Niño exasperado con una granada de mano de juguete

En este punto es cuando debería empezar a contar los sueños e ilusiones de ese crío cabezón con problemas de comunicación con cualquier otro ser humano, del origen de tantos silencios y traumas, de mis padres o de aquel tío que murió de varicela (si, que cosas) cuando yo todavía era pequeño. Pero acabo de notar que divago de nuevo. Y no tengo ganas de hacer un inciso con un final romántico que tanto se estilan por estos lares. “Si solo pudiera hablarle... Decirle cual es la verdad” o “Si pudiera ser otra vez pequeño” o De pequeño me enseñaron a querer ser mayor, de mayor quiero aprender a ser pequeño. No. La realidad es bien distinta, y supongo que no soy del tipo que mira hacia atrás con nostalgia. O en realidad sí, lo que pasa es que mi infancia varía según con quién esté hablando. Normalmente es nostalgia pesimista. Y a quién le importa. Algo sí que puedo decirte: a mi edad, el disco que mejor te comprende es Grace, de Jeff Buckley. Pero siempre aprenderás más del Blonde on Blonde de Dylan.

Vaya. Acabo de recordarme a alguien. ¿Puedo recordarme a alguien a quien ni siquiera conozco? Debe haber sido por ver semejante referencia escrita. Verás, es que acabo de terminar una novela pop. Si, eso es lo que dice una de las referencias de la contraportada. Yo no soy pop, ni quiero serlo, ni suelo leer a autores pop. Lo identifico con novelas ligeras plagadas reflexiones salidas de un tubo de cerveza pasado por una noche de domingo después de cuatro aspirinas y dos cafés de compleja elaboración, llenos de elaboradas descripciones estéticas, personajes contraculturales de frases chispeantes y capacidad hormonal ilimitada. De hecho, no lo identifico.
Es lo que me viene a la mente ahora, intentando dilucidar que es una novela pop. ¿Ves? Por eso odio las etiquetas generales. Al final, es una historia, no un cúmulo de características apiladas en dos columnas que ojeas en tu dominical mientras tratas desesperadamente de convertirte en alguien interesante. No te preocupes, siempre puedes comprarte una de esas gafas con cristales planos. A la masa le parecerás más sofisticado, solo los detallistas te tomaran por gilipollas. Pero no te preocupes, no es que sean mayoría.

El libro me ha gustado, para que engañarte. Lo escogí del montón de la biblioteca porque había leído un pequeño extracto de otra novela del mismo autor, y tenté mi suerte. A priori, el argumento no entraba dentro de los temas que me suelen resultar atractivos: treintañero rompe con su novia y reflexiona sobre su vida mientras elabora listas demenciales para ocasiones improbables y mientras, conoce a otras y se deprime ante la diferencia entre su vida y lo que parece ser el resto del mundo.

Puede que esa reflexión haya surgido de la forma de pensar del protagonista (llamémosle Rob, porque se llama Rob). Verás, es un tipo que parece haber pausado su modo de pensar diez años antes, cuando no tenía entradas y las chupas de cuero le daban un aspecto muy varonil en vez de marcarle panza. Piensa como un veintañero, se viste como uno, y tiene el negocio que a algunos les gustaría tener a esa edad: una tienda de vinilos. El problema es que tiene treinta y seis años, y mientras la gente se casa, tiene hijos y gasta más dinero del razonable en ropa; el sigue confeccionando cintas para gente especial que acaba de conocer y dedica su tiempo a reordenar su colección de música. Aunque tiene un sempiterno sentido de la ironía y algunas reflexiones bastante lúcidas y divertidas dentro de su inmadura cabecita, lo que le da un toque encantador.

No te cuento más, solo que deberías leerla. No te digo el título, ni su autor. Si realmente te interesa, pregúntamelo. Estaré encantado de jugar con ventaja un rato y poder reírme. Aunque supongo que la literatura es peor baza que el rendimiento sexual de esa hipnótica chica que bailaba en la discoteca a las cinco de la mañana, el sábado pasado.

Me aterroriza la idea de que en la vida una persona pueda terminar de entender a otra. Y también me asusta, muchísimo más, la idea inversa: ser translúcido. Pero lo que realmente me asusta, y eso quería decirte al principio, es la idea de que tu talento solo puede medirse en función de la gente que te rodea. Y esa, chico, es una idea de lo más deprimente. Aunque a Rob, al final, parece ayudarle.

De todas formas, no te preocupes. Por lo que a mí respecta, pienso seguir viviendo dentro de una canción por algún tiempo. Pero supongo que a estas alturas he asumido que, aún viviendo en otro mundo, tengo que caminar por este.

Espero escribir más. Pero no garantizo nada. Yo no me concedería un préstamo, la verdad. No puedes esperar nada bueno de un tipo que empieza con sus propósitos de año nuevo a principios de Abril. Y pienso devolver la novela corta de Roberto Bolaño y coger alguna de sus obras más representativas. Entonces veremos su puedo razonar la injustificada manía que le tengo. Ya hablaremos sobre el tema. Otro día, otro mes, otro siglo.

4 comentarios:

Doxa Grey dijo...

Algunos nos pasamos reelaborando los propósitos de año nuevo desde enero hasta diciembre. Pero es que da gusto tachar. Y leer cosas como esta.

Sabes que Bolaño es posiblemente un producto sobrevalorado pero también sabes que lo terminarás leyendo y criticando.
Yo haré lo tanto con este otro. A ver qué tal se porta. Tú dale así a las teclas.

Anónimo dijo...

Necesito una némesis...O aquí hay algo que sobra o no es de ningún interés...

Sturm

Elena dijo...

Me encanta que desvaries. Para alguien que disimula para parecer sensato pareces todo un capricho de la evolución.


P.D. Para no decepcionarme con el año nuevo boto los propósitos si quiero cambiar algo en el transcurso lo planeo y lo hago, ser mas masa en vacaciones me parece francamente cansado.

Heráclito dijo...

La mayoría de la gente comenta sobre el final del texto. A mí me ha llamado más la atención esto:

Me aterroriza la idea de que en la vida una persona pueda terminar de entender a otra. Y también me asusta, muchísimo más, la idea inversa: ser translúcido.

¿Por qué? ¿Tanto tienes que esconder-te? ¿Tan malo puede ser? Por eso quizás desconfíes de los especialistas que lleva el psico- delante. Seguiré leyendo, pero deja de subir putos discos y vuelve a subir putos textos.